Seguramente
las raíces de la gastronomía sonorense las encontraremos en los productos de la
caza, la pesca y la recolección, cuya principal virtud fue la de proveer de
energía a los primeros pobladores de este territorio, que ya fuera en los
valles, en la costa, en la montaña o en los límites del desierto, supieron
integrarse al paisaje e hicieron de su vida cotidiana una cita constante con
las señales de la naturaleza.
Tal
vez esta sea la principal herencia que hoy puede rescatarse en los pasillos de
la comida sonorense: la sabia selección de los productos a partir de las
particularidades de la geografía y el clima.
Carne,
pescado, trigo, maíz, son en cierto modo la base en la que se sustentan los
platillos de la mesa sonorense. El ganado vacuno y porcino sustituyeron a las
piezas de caza, y el trigo disputó la supremacía al maíz, y es así que el
menudo sonorense, tan distinto al del Altiplano, se acompaña con tortillas de
harina de trigo y pan birote.
Algunos
de sus platillos preferidos, como las chivichangas y la machaca, nacieron
evidentemente a la orilla de los caminos, durante la difícil jornada de los
misioneros que dejaron su impronta en un territorio redescubierto con la fuerza
de los mitos y el encuentro con la realidad.
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